viernes, 28 de abril de 2017

PERDER PARA GANAR II: ABRAZANDO EL DOLOR

Hace unos meses escribí la primera parte de esta entrada, titulada PERDER PARA GANAR.
Me ha tomado 7 meses poder conquistar la segunda parte de esta historia, para así poder compartirla con todos ustedes.

Para esto debo hablar de mi regalo de navidad de 1994: una bicicleta naranja con ruedas de soporte que había soñado por meses. Debo también traer a la memoria el primer balón de fútbol que mi papá me regaló y los guantes "MIKASA" de arquero que le pedí con un entusiasmo exagerado.

No logro olvidar mi emoción al recibir estos artículos deportivos y mi expectativa por convertirme en el próximo Lucho Herrera o el David Ospina de mi barrio. Debo reconocer que ninguno de estos sueños se hizo realidad -gracias a Dios por eso- en gran medida por mi temor al dolor.

La bicicleta se empolvó solo una semana después de haberla desempacado de su envoltorio verde y los guantes no sirvieron ni para agarrar las ollas calientes de la casa. ¿Por qué? Muy sencillo: porque siempre le temí al dolor y le huí a las raspadas que demandaba aprender a montar bicicleta, a los morados que cuesta sentir esa libertad que solo se experimenta pedaleando y corrí de los "balonazos calientes" y la presión que exige tapar en el equipo del barrio.

No aprendí a montar bicicleta hasta los 21 años y para ser honesto no es una actividad que practique muy a menudo. Mi gusto por el fútbol sigue limitándose a ver los partidos de Colombia, cada cuatro años durante el mundial y dar un par de likes en instagram a las fotos de Falcao.

Me di cuenta que toda mi vida había huido de situaciones donde el dolor fuera protagonista, sin importar cual fuera el escenario donde este se presentara: relacional, laboral, académico, deportivo, médico... Como les compartí en la entrada de hace 7 meses, llegué a pesar 138 kilos solo por vivir atado a la la ley del menor esfuerzo y del menor dolor.

Hace dos meses recibí la llamada de un amigo diciéndome que quería entrenarme -ya que la dinámica del gimnasio no funcionó para mí- y que no aceptaría un no por respuesta. Más por obligación que por gusto decidí aceptar su invitación y poco a poco he intentado retomar los buenos hábitos que creo todos deberíamos tener para llevar un estilo de vida saludable.

Las primeras tres semanas fueron las peores, no por la actividad física en sí, sino por los fantasmas que me atormentaban y me gritaban que me rindiera, que la vida con dolor es una vida muy difícil, que no valdría la pena tanto empeño, que me rindiera como lo había hecho en el '94 con mi ambición deportiva, que jamás podría lograr vencer esta batalla contra la obesidad. 

Determinado a vencer estas voces que aun retumban en mi mente, cada vez con menos intensidad, he perseverado y aunque no estoy en el lugar donde quisiera, tampoco estoy donde comencé, 48 kilos han quedado atrás y debo decir que estas palabras de Jesús en Marcos 8:34 (MSG), han sido decisivas y una piedra de tropiezo para cuando he querido retroceder: "No huyan del sufrimiento, abrácenlo".

Pesando dos dígitos por fin (95 kg), y habiendo salido de la franja de la obesidad -aunque aun tengo un sobrepeso de 12 kg- sé que no soy el único que huye del sufrimiento, ya que muchas personas a mi alrededor, cuando ven mi pérdida de peso me han preguntado por "la receta", como si existiera una diferente a la del dolor de decir no a cierta comida y el sacrificio de hacer ejercicio aun cuando el cuerpo anhela seguir en un estado de reposo permanente.

Algo que odio de todo este pensamiento postmodernista en el que vivimos inmersos, es que nos ha mentido por décadas, haciéndonos creer que nacimos para ser felices en nuestras lindas casitas nórdicas, comiendo tartas de zarzamora, y evangelizando al perdido sin sentir el dolor que esto demanda. Una vida relevante demanda sudor y sangre, si no me creen den una mirada al hombre colgado en aquel madero un par de milenios atrás. La cruz nada tiene de romántico, suave o tierno. Está llena de fuerza, dolor, esfuerzo, sufrimiento y valentía.

Intento vivir en esta nueva filosofía de vida, la filosofía de la cruz, donde el dolor regularmente muestra lo que es correcto: humillarse, pedir perdón, callar cuando se quiere explotar, levantarse temprano o acostarse tarde dando la milla extra en "eso" que nadie más puede hacer por nosotros, decir no a lo que parece dulce para el cuerpo, pero se hace cada vez más amargo para el alma; decidir no seguir en el río de la pasividad y hacerse un personaje activo en esta, la única vida que nos ha sido dada.

Jesús lo hizo, vivió en la vía dolorosa y a pesar de las gotas de sangre en su frente, se enfrentó a la tortura y salió vencedor. Definitivamente seguiré tomando mi cruz y siguiendo los pasos del que murió en dolor por un propósito mayor.