sábado, 8 de julio de 2017

¿DÓNDE ESTÁS, DIOS?

Todo lo que sucede en las noticias, no es más que eso, hasta que toca alguna fibra profunda de nuestras almas. Por ejemplo, una cosa es leer sobre un robo con armas de fuego y otra es vivirla.

Desafortunadamente anoche nos tocó vivir esta espantosa pesadilla a mi prometida, a una amiga de nuestra familia y a mí. Fuimos despojados con violencia verbal y sicológica de nuestras pertenencias -entre ellas celulares y computadores- por dos hombres armados y con tan poca valentía y tesón, que necesitaron llenar sus manos y bocas de pólvora e intimidación, para hacerse de un par de pesos mal habidos a costa de lo que con esfuerzo, ahorro y dedicación habíamos logrado, no solo nosotros, sino también las otras personas que fueron atracadas burdamente en el establecimiento comercial donde nos encontrábamos en el norte de Bogotá.


Avergonzado, apesadumbrado y dolido, escribo estas letras, aun con el sinsabor del robo y el eco de sus voces iracundas en mis tímpanos.


Después de gritarle con todas las fuerzas de mi corazón al ladrón que abordó nuestra mesa: "Usted no me puede robar, en el nombre de Jesús", esperé que el perpetrador soltara nuestras pertenencias y saliera despavorido o evangelizado y tocado por el poder de Dios en mí. No sucedió de esa manera, al contrario, su huida -con motín incluido- se hizo más rápida y bestial. Por eso la primera pregunta que apareció en mi mente fue: "¿Dónde estás Dios? No se supone que estas cosas me deberían ocurrir"


La respuesta de parte de Dios fue sencilla y trajo paz a mi mente en erupción: "Siempre estuve ahí, de hecho sigo aquí y nunca me voy a ir... realmente no te quitaron nada".


Después de meditar en Sus palabras por más de 12 horas, creo que lo he podido entender superficialmente. Los ladrones no pudieron quitarme nada ya que esos celulares un día iban a dejar de funcionar, al igual que los computadores o los aretes que le quitaron a la señora sentada en la mesa contigua. Mi alma, mi salvación, la redención y justificación ganadas por Jesús en la cruz del calvario, su amor inagotable, su defensa y poder, aun están conmigo y nadie podrá arrebatarlos con armas, palabras u oro del más puro. ¡Lo valioso y lo eterno, jamás me podrá ser quitado!


Definitivamente repudio y seguiré repudiando actos como estos. Pero a través de esta experiencia entendí la banalidad de lo material que se persigue con tanto empeño y la importancia de poner los ojos en quien perdura para siempre: Jesús.



Mateo 10:28:No teman a los que quieren matarles el cuerpo; no pueden tocar el alma. Teman solo a Dios

viernes, 28 de abril de 2017

PERDER PARA GANAR II: ABRAZANDO EL DOLOR

Hace unos meses escribí la primera parte de esta entrada, titulada PERDER PARA GANAR.
Me ha tomado 7 meses poder conquistar la segunda parte de esta historia, para así poder compartirla con todos ustedes.

Para esto debo hablar de mi regalo de navidad de 1994: una bicicleta naranja con ruedas de soporte que había soñado por meses. Debo también traer a la memoria el primer balón de fútbol que mi papá me regaló y los guantes "MIKASA" de arquero que le pedí con un entusiasmo exagerado.

No logro olvidar mi emoción al recibir estos artículos deportivos y mi expectativa por convertirme en el próximo Lucho Herrera o el David Ospina de mi barrio. Debo reconocer que ninguno de estos sueños se hizo realidad -gracias a Dios por eso- en gran medida por mi temor al dolor.

La bicicleta se empolvó solo una semana después de haberla desempacado de su envoltorio verde y los guantes no sirvieron ni para agarrar las ollas calientes de la casa. ¿Por qué? Muy sencillo: porque siempre le temí al dolor y le huí a las raspadas que demandaba aprender a montar bicicleta, a los morados que cuesta sentir esa libertad que solo se experimenta pedaleando y corrí de los "balonazos calientes" y la presión que exige tapar en el equipo del barrio.

No aprendí a montar bicicleta hasta los 21 años y para ser honesto no es una actividad que practique muy a menudo. Mi gusto por el fútbol sigue limitándose a ver los partidos de Colombia, cada cuatro años durante el mundial y dar un par de likes en instagram a las fotos de Falcao.

Me di cuenta que toda mi vida había huido de situaciones donde el dolor fuera protagonista, sin importar cual fuera el escenario donde este se presentara: relacional, laboral, académico, deportivo, médico... Como les compartí en la entrada de hace 7 meses, llegué a pesar 138 kilos solo por vivir atado a la la ley del menor esfuerzo y del menor dolor.

Hace dos meses recibí la llamada de un amigo diciéndome que quería entrenarme -ya que la dinámica del gimnasio no funcionó para mí- y que no aceptaría un no por respuesta. Más por obligación que por gusto decidí aceptar su invitación y poco a poco he intentado retomar los buenos hábitos que creo todos deberíamos tener para llevar un estilo de vida saludable.

Las primeras tres semanas fueron las peores, no por la actividad física en sí, sino por los fantasmas que me atormentaban y me gritaban que me rindiera, que la vida con dolor es una vida muy difícil, que no valdría la pena tanto empeño, que me rindiera como lo había hecho en el '94 con mi ambición deportiva, que jamás podría lograr vencer esta batalla contra la obesidad. 

Determinado a vencer estas voces que aun retumban en mi mente, cada vez con menos intensidad, he perseverado y aunque no estoy en el lugar donde quisiera, tampoco estoy donde comencé, 48 kilos han quedado atrás y debo decir que estas palabras de Jesús en Marcos 8:34 (MSG), han sido decisivas y una piedra de tropiezo para cuando he querido retroceder: "No huyan del sufrimiento, abrácenlo".

Pesando dos dígitos por fin (95 kg), y habiendo salido de la franja de la obesidad -aunque aun tengo un sobrepeso de 12 kg- sé que no soy el único que huye del sufrimiento, ya que muchas personas a mi alrededor, cuando ven mi pérdida de peso me han preguntado por "la receta", como si existiera una diferente a la del dolor de decir no a cierta comida y el sacrificio de hacer ejercicio aun cuando el cuerpo anhela seguir en un estado de reposo permanente.

Algo que odio de todo este pensamiento postmodernista en el que vivimos inmersos, es que nos ha mentido por décadas, haciéndonos creer que nacimos para ser felices en nuestras lindas casitas nórdicas, comiendo tartas de zarzamora, y evangelizando al perdido sin sentir el dolor que esto demanda. Una vida relevante demanda sudor y sangre, si no me creen den una mirada al hombre colgado en aquel madero un par de milenios atrás. La cruz nada tiene de romántico, suave o tierno. Está llena de fuerza, dolor, esfuerzo, sufrimiento y valentía.

Intento vivir en esta nueva filosofía de vida, la filosofía de la cruz, donde el dolor regularmente muestra lo que es correcto: humillarse, pedir perdón, callar cuando se quiere explotar, levantarse temprano o acostarse tarde dando la milla extra en "eso" que nadie más puede hacer por nosotros, decir no a lo que parece dulce para el cuerpo, pero se hace cada vez más amargo para el alma; decidir no seguir en el río de la pasividad y hacerse un personaje activo en esta, la única vida que nos ha sido dada.

Jesús lo hizo, vivió en la vía dolorosa y a pesar de las gotas de sangre en su frente, se enfrentó a la tortura y salió vencedor. Definitivamente seguiré tomando mi cruz y siguiendo los pasos del que murió en dolor por un propósito mayor.

lunes, 13 de febrero de 2017

VERDADES A MEDIAS: EL PORQUÉ DEJÉ DE CREER EN LAS REDES SOCIALES

Desde niño aprendí que no solo mentía al relatar un evento que nunca sucedió como si fuera real, sino al contar verdades a medias a fin de obtener un beneficio personal.

Partiendo de esta verdad, que estoy seguro a todos nos enseñaron desde el kinder, debo decir que he perdido -en gran medida- mi interés por las redes sociales y lo que ellas representan. Me encontré a mí mismo envuelto en un clientelismo ridículo buscando la aprobación de mis "seguidores y amigos", desconcentrado en asuntos numéricos y desconcertado por la vida a la que otros tenían derecho y a la que yo nunca podría tener acceso.

Aun siento en mi corazón el sinsabor del pasado 8 de diciembre, cuando decidí pedir la mano de quien es hoy mi prometida. Una ocasión que jamás debería verse empañada por diálogos mentales que incluyan preguntas como: ¿Cuántos likes le darán a nuestra foto de compromiso? ¿Será que esta persona que no me da like hace tanto tiempo, por fin lo hará? ¿Por qué esta persona no quiso comentar o darle "me gusta"?...

Ese día en especial recuerdo sentir una fuerte alerta en mi corazón y la necesidad de parar y observar de manera reflexiva mi entorno, para poder separar mi vida real de ese constructo ficticio de las redes sociales.

La reflexión me ha llevado a tomar una postura diferente frente a este monstruo que se alimenta de vanidad y mentiras y sobre todo a ser mucho más crítico con lo que veo y enseño de mí mismo.

No quiero que este suene al discurso de un gordo asocial, huraño y energúmeno. Pero considero responsable exponer algunas de las conclusiones a las que he llegado:

1. Nadie jamás mostrará su vida real en redes sociales: Todos queremos dejar una huella en el mundo y ser relevantes. Este siglo nos enseñó que para hacerlo, debemos vivir en la casa de la "Barbie" con el sixpack de "Ken", tomando café de "Starbucks" vestidos con lujosos atuendos de "Zara" paseando hermosos niños rubios que luzcan como modelos de "Gerber". Muchos hemos sido capturados por esa falacia de muerte obviando  que nadie comparte sus peores momentos: las peleas con su pareja, sus estados bancarios reales -secos como su pobre y agonizante músculo financiero, los "desperfectos" en su cuerpo, sus rostros de cansancio o frustración y mucho menos los dedos gordos de sus pies que se asoman por el agujero de su media rota. 

2. Las redes sociales son violentas: La exclusión que marcan las publicaciones de muchos es aterradora y asfixiante. Considero que no solo debemos ser responsables con el material que consumismo en redes, sino también con el que compartimos. 
Estoy de acuerdo con el principio de la gratitud y la honra, pero siento que podemos estar llevándolo a otro nivel que raya con la presunción y la calumnia. ¿Alguna vez pensamos en la persona que recibe nuestras experiencias y en el impacto que este puede generar en quienes nos ven?. Si el elitismo y la exclusión que alimentamos con cada "post", "like" y "comment" que gritan a viva voz: "YO SÍ TENGO Y TÚ NO", "YO SÍ SOY Y TÚ NO", "YO SÍ PUEDO Y TÚ NO"...  no nos parecen violentos, quizás debamos replantear nuestra definición de paz.

3. Nada es lo que parece: Afectar la realidad es más fácil ahora que en cualquier otro momento de la historia. Hardware, software, aplicaciones y filtros... son solo algunas  herramientas maestras del engaño que usamos a diario para "enchular" nuestros mundos monocromáticos. Por favor, ¡no traguemos entero! la verdad es que nada es tan fácil como parece. Ese cuerpo que envidiamos ha tomado horas de gimnasio y muchos sacrificios fuera de cámaras; ese matrimonio tan idílico, sufre y necesita reparaciones como cualquier otro; ese bebé que duerme tan apaciblemente con sus mejillas rosadas y su inmaculada ropa de cama blanca, en algún momento del día despertará con un llanto insoportable y será igual de humano a los que tienes en casa.

Leí de Christine Caine que las redes sociales no deberían llevarnos a la comparación, sino a la inspiración. Si vives frustrado con la vida que te tocó y por la que otros parecen vivir sin problema, esta entrada es para ti... para mí.

jueves, 5 de enero de 2017

CINCO LECCIONES APRENDIDAS EN EL 2016

Dejar ir el 2016 fue triste y doloroso ya que fue uno de los pocos años, de los 27 que he vivido, en donde sentí que el balance general había sido evidentemente positivo. Pero como lo escribí en un trino hace unos días: Nuestros mejores días aun están por delante. Soltemos las victorias del 2016 para poder abrazar los nuevos retos del 2017. Así que... año nuevo, vida nueva.

Como sea, no quise dejar pasar el 2016 desapercibido, por eso recopilé cinco lecciones aprendidas durante los pasados 365 días, preparándome para los 360 restantes de este 2017.

1. Todo lo que he recibido, lo he recibido por gracia:

Solía pensar que lo que tenía, lo merecía debido a mi esfuerzo personal, mis aptitudes y competencias. El 2016 me enseñó que todo mi trabajo, mis sueños, mis "títulos" y "credenciales" no eran más que una muestra de la gracia de Dios y que nunca hubiera podido conseguir nada para mí mismo si antes no me había sido concedido por Dios.

No merezco nada de lo que tengo, todo se lo debo a Dios.

2. Nadie es perfecto:

Quizás pocos los saben, pero esperé tres años para pedirle a quien hoy es mi novia que fuéramos novios y dos años más para pedirle matrimonio. La ansiedad y el miedo de no ser perfecto me embarga(ba) no solo en mi área emocional sino en cada pequeño rincón de mi vida. El 2016 me mostró que no hay hombre o mujer perfecta, que nadie emprende para fracasar, pero que el fracaso hace parte de la vida y que cualquiera que aspire a crecer y no dejar pasar en vano su existencia en esta tierra, debe arriesgarse aun cuando no se sienta totalmente capacitado para una labor o un nuevo tiempo. 

Por eso en 2016 decidí dejar de buscar la perfección, reconocer mis debilidades y abandonarme en el poder de Dios que se hace fuerte en mi debilidad.

Un dato más: ¡En el 2017 me caso! Muy lejos de ser perfecto, pero con la conciencia de que Dios no busca hombres perfectos sino dispuestos.

3. Es mejor pedir perdón que pedir permiso:

La entrada "Dentro de veinte años" retrata a la perfección este pensamiento. Desde que ingresé a la universidad -es decir hace más de 10 años- quise hacer un intercambio, aprender inglés, vivir una experiencia multicultural, conocer nuevas personas y valerme por mí mismo por una buena temporada de tiempo. Nunca lo hice por miedo al qué dirán, por el pensamiento de que me moriría de hambre, por la ansiedad de dejar lo conocido... Este año decidí pelear uno de esos sueños profundos y que parecen disparates adolescentes: viajar por tres meses a Australia. La verdad no me arrepiento de ello y siento que como hombre gané mucho. Conocí personas increíbles que me mostraron el verdadero significado de la palabra AMOR, otras no tanto, pero que me enseñaron el tipo de persona como la que no quiero ser, crecí en una segunda lengua, gané hermanos de razas que ni siquiera sabía que existían y volví a ver con esperanza las metas que quedaron archivadas en el baúl de imposibles muchos años atrás.

4. Todo tiene un principio y un final:

No soy un tipo bueno para los cambios. Me cuestan mucho y me generan un poco más de zozobra que a una persona normal. Para comprobar este hecho, llevo un poco más de 3 años sin cambiar mi corte de pelo y pensar en uno nuevo me crea un hueco en la barriga.

Pero he entendido que todo en la vida cumple un ciclo natural ineludible: nacer, crecer y morir. Maneras de pensar, formas de relacionarnos, amigos, hábitos, dolores en el alma... todo tiene un principio y un final y depende de cada uno de nosotros estrechar el fin y descansar en lo que ya no podemos cambiar, sabiendo que cada muerte marca un  nacimiento.

5. "Lo esencial es invisible a los ojos":

Vivimos en un mundo enfocado en lo material y lo tangible. Pero nada de eso es realmente importante. Un día instagram, Facebook, twitter y todas esas "arandelas" absurdas en las que invertimos tanto tiempo y dinero (que muchas veces no tenemos) pasarán a la historia y serán parte del cajón de los recuerdos.

Nuestra vida espiritual, nuestra relación con Dios, nuestra conexión con la iglesia, con otros cristianos y con otros no cristianos son más valiosas e importantes de lo que quizás vemos hoy.

Feliz 2017.
H.