viernes, 27 de abril de 2018

¡VIRGEN A LOS 28!

En el mundo actual, pareciera que ser virgen es más un problema que una virtud. En mi adolescencia pensé que ser el gordito-cristiano-virgen del salón me convertía en un tipo de espécimen extraño y subdesarrollado, motivo por el cual me sentí retrasado e inferior durante muchos años.

Tenía la idea -un tanto idealista- de casarme de 20 años, con el fin de "hacer la voluntad de Dios" pero también con el propósito subliminal de "deshacerme de este problemita llamado virginidad" lo antes posible. La verdad es que la persona correcta no llegó a los 20, ni a los 21 y mucho menos a los 22; y en todo este tránsito de pensamientos y frustraciones internas que empiezan a embargar el alma en el tiempo de espera, entendí una gran verdad, en la que mi mente encontró consuelo y en la que hoy reposa mi futuro: Las cosas no llegan cuando yo quiero, sino cuando Dios las permite. Esto habló a mi vida de un atributo de Dios: Él es soberano.

Poco queremos tener que ver con la soberanía de Dios, porque nos obliga a soltar por completo el control de nuestra vida, que entre otras cosas ha dejado marcas casi indelebles en nuestras manos, porque si algo sostenemos con apego y temor, es ese pequeño timón del libre albedrío. Además nos fuerza a confiar en alguien que nuestros ojos físicos no pueden ver y nos mueve imperativamente a conocer a quien nuestra mente humana considera inalcanzable.

La soberanía de Dios demanda confianza en que su plan es el mejor que el nuestro y que él conoce con experticia el camino a la meta. Significa que hay un tiempo perfecto para todas las cosas, y que en muchas ocasiones o en casi todas -por lo que he visto en mi propia vida- este tiempo parece correr mucho más lento que el de mi acelerado corazón.

Gracias a Dios no perdí la virginidad como lo hacen los adolescentes de las películas hollywoodenses, en la silla trasera de un carro descapotable a la luz de la luna, tampoco a los 20, casándome apresuradamente y mucho menos a los 50 años, después de convertirme en un coleccionista profesional de cómics en la casa de mis papás. El regalo prometido llegó un 29 de septiembre, a mis 28 años, vestido de blanco y en el empaque más glorioso que jamás pudiera haber imaginado: mi esposa. Quien es un recordatorio permanente de la soberanía y la bondad de Dios sobre mí.

Viendo mi historia de manera retrospectiva, puedo percatarme de algo que solo es perceptible a través de los años: la soberanía de Dios, está tan lejos de la tiranía como el oriente del occidente, y que sus planes se asemejan a una orquesta perfectamente sincronizada en tiempo y espacio, para bendición y deleite de sus hijos y su reino.

No sé cuál sea ese sueño que embarga el corazón de los lectores, que les quita el sueño, y al igual que al Henry de 16 años, los hace sentir menos que otros al no haberlo recibido, pero algo sé y es que DIOS ES SOBERANO y esa soberanía se une a su bondad eterna y su desbordante misericordia. Un "no" de Dios en el hoy significa un "sí" mucho mejor, en el futuro, y en Él, como dice Pablo, todas sus promesas son "sí y amén".